CRÓNICA/PERFIL

 Juan Baldomiro: El silencio de la guerra


 Juan Baldomiro fue reconocido oficialmente como veterano de Malvinas recién en 2022 después de hacer juicio al Estado. Cuando fue a la guerra, a la base aeronaval de San Julián en la provincia de Santa Cruz, tenía 18 años y su vida cambió para siempre.


No ha podido dormir en el viaje, hace dos meses que duerme sin descansar, sin relajarse, siempre alerta y con un ojo abierto. El colectivo le resulta cómodo y cálido, no es eso, es la cabeza que no para de proyectar imágenes. El Tirsa entra a Tapalqué por la avenida 9 de julio, los frenos bufan frente al Hotel Avenida y es lo único que se oye en todo el pueblo. Son las dos de la madrugada del viernes 27 de junio de 1982. Tal vez la helada ya blanquea en el techo de algún auto, pero al hombre de dieciocho años que ahora baja del colectivo le parece el clima más agradable del mundo. Viene de vivir en un pozo; viene de vivir con la nieve hasta la rodilla; viene de vivir con 17 grados bajo cero; viene de sobrevivir, junto a compañeros que se volvieron hermanos, a la guerra de Malvinas. Su casa está a pocas cuadras y no se cruzará con nadie en el camino. Atrás quedó el pueblo de San Julián en la provincia Santa Cruz y su Base Aérea Militar que custodió estoicamente durante sesenta y dos largos días. Ahora mientras camina oyendo la suela de los borceguís contra el piso, ese hombre vestido de soldado, piensa en su familia. Recuerda que cuando se despidió lo hizo sin demasiado drama y con un destino incierto, y piensa que ahora está de vuelta a un timbre del llanto y de los abrazos interminables. Juan Baldomiro está vivo, y volvió para no contarlo. Le seguirán casi treinta años de silencio con la guerra adentro.

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La guerra de Malvinas fue un combate armado entre Argentina y el Reino Unido ocurrido en el año 1982, en el cual se disputó la soberanía de las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur. Desde 1976 nuestro país estaba gobernado por una dictadura militar. En 1982 se encontraba en un momento de debilidad y hay quienes dicen que los militares vieron, en un reclamo histórico y legítimo como Malvinas, la oportunidad para renovar su permanencia en el poder; otros aseguran que en realidad el desembarco en Malvinas se venía planeando desde hacía varios años, lo cierto es que sucedió un 2 de abril. Los objetivos eran claros y precisos: desplegarse rápido, tomar la casa del gobernador británico y ocupar el aeropuerto. Cerca de las 9 de la mañana trás algunos tiroteos, que no contaron bajas, la guarnición británica se rindió. Según datos que aporta la agencia TELAM el plan original era dejar en las islas un fuerza que realizaría tareas de policía mientras se llevaba a cabo una negociación diplomática, en la creencia de que los británicos no enviarían una flota hasta los remotos mares australes. Ocho días después, el 10 de abril por la mañana, más de cien mil personas se congregaron en la Plaza de Mayo de la capital de nuestro país para apoyar la toma y recuperación de la Islas Malvinas. Mientras, en la Casa Rosada, Leopoldo Fortunato Galtieri, el presidente de facto, se reunía con Alexander Haig, jefe de la diplomacia estadounidense enviado a nuestro país para gestionar un acercamiento entre la Argentina y Gran Bretaña. Finalizada la reunión, Galtieri sale al balcón y habla a los presentes; es allí donde pronuncia la célebre frase, cuestionada por propios y ajenos, que tira por la borda cualquier posible negociación diplomática: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”. La idea de la toma original se convirtió entonces en una guerra salvaje que duró 74 días y dejó un saldo de 649 muertos argentinos, 255 muertos británicos y tres muertes de civiles isleños. Respecto a la cantidad de suicidios en la post guerra, el Estado argentino no cuenta con cifras oficiales, pero se estiman entre 350 y 450 casos. Mientras que en Inglaterra, según denuncia una asociación inglesa creada a raíz del conflicto (The South Atlantic Medal Association) el número de suicidios llega a 264.

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Conocí la historia de Juan Baldomiro en una actividad por los 40 años de Malvinas en la Escuela de Educación Estética donde trabajo. Lo escuchamos en una larga charla a metros del monumento de Malvinas de Tapalqué. Entusiasmado por su relato le prepuse una entrevista, aunque pasaron varios meses hasta que lo volví a ver.
Llego a su casa al atardecer, el verano se huele en el aire, o tal vez lo que se huele es el pasto que Juan cortó el día anterior y ahora aprovechando que está seco y liviano lo rastrilla en prolijos montículos que al día siguiente recogerá. Su silueta recortada en el cielo rojizo de la tarde se mueve despacio. Me dice en voz alta “Termino con esto y te atiendo”, suena distante. Mientras espero miro alrededor, el terreno es enorme, no hay demasiadas plantas que ornamenten solo unas “buenas noches” florecidas. Al fondo hay algunas pantominas y un galpón. Hay también una pila de leña, una balanza y una máquina hidráulica para abrir la leña. De un cordel de alambre cuelgan dos bombachas de campo y una remera del supermercado CLC donde Juan trabajó durante 35 años. Termina el tercer montoncito de pasto y me invita a pasar. Nos quedamos en un corredor, la noche está agradable.
Juan Baldomiro pasó su infancia en San Bernardo, un paraje rural del partido de Tapalqué. Se crió con sus abuelos paternos porque su madre falleció cuando él tenía apenas catorce días de vida.  Fue a la escuela primaria en el campo y la terminó en el pueblo. En el año 1981 egresó del colegio secundario. Fue de viaje de egresados a Córdoba pero se volvió unos días antes para rendir el ingreso en la Marina Naval. Quería ser piloto naval, no sabe bien por qué, creía que le gustaba, conocía a un  capitán de navío amigo de su padre. Lo cierto es que rindió mal química y no pudo entrar. Tres días más tarde, el 5 de enero de 1982, con el número de sorteo 886 es reclutado para el Servicio Militar Obligatorio en la Fuerza Aérea de Tandil. Casi cuatro meses después junto a otros 29 soldados, 3 oficiales y un suboficial sube en un avión que lo lleva no sabe a dónde. Juan pudo dejar una carta para su familia con un compañero, ahí les contaba con letra apurada que volaría hacia el sur con destino incierto. Después les pudo confirmar por teléfono público que el avión aterrizó en San Julián, un pueblo de cinco mil  habitantes en la provincia de Santa Cruz. 

—Llevaba cuatro meses de instrucción, era muy poca con respecto a otros. Si bien teníamos los conocimientos básicos del armamento, sabíamos cómo se usaba, etc. Nosotros pertenecíamos a la Fuerza Aérea, nuestro rol dentro de la guerra fue el cuidado de la base de San Julián. Llegamos a la madrugada y nos quedamos ahí, pero íbamos con destino incierto, no sabíamos si íbamos a Malvinas o a dónde.

Habla lento, pausado, suspira, elige las palabras con cierta formalidad, ha pasado muchos años sin contar lo que ahora narra sin demasiados detalles y evitando la emoción que puedan traer los recuerdos.

—¿Tenías 18 años, qué pensabas?
—Estaba metido en una guerra, no pensaba, no dimensionaba, era joven... el espíritu joven, hoy sería totalmente ilógico, no se tendría que haber hecho. Jamás pensamos en entrar en combate. Si bien Inglaterra es un país invasor, colonialista de muchos años, jamás se pensó que con esa frase de Galtieri vinieran. Parece que no, pero estar en una guerra con dieciocho años es duro, es difícil; y después la postguerra, que creo que es más duro. Porque dicen que un soldado no muere en el campo de batalla sino cuando su pueblo lo olvida— dice y continúa —Nosotros vimos traer a los heridos, vimos a los pilotos que volvían sin un compañero, y también el nivel de exaltación cuando la operación salía bien. Había compañeros de toda la vida, y perderlos de un momento para otro... eso te marca psicológicamente. En mi caso, la semana cercana al 2 de abril, no puedo hablar, no puedo leer nada, todo me moviliza, me sensibiliza. Lo llevo dentro, es parte de mi vida, cada foto, cada imagen que veo. Casualmente con el tema del reconocimiento de los soldados, veo en páginas de facebook a camaradas míos que han estado defendiendo lo que les tocó defender  por decisión  de quienes estaban el poder militar en ese momento. Porque nadie nació en Malvinas, todos fuimos movilizados. Unos fueron a Malvinas, otros al sur, a Río Grande, a otros les tocó cuidar las bases, las guarniciones militares en Córdoba, Buenos aires, Mar del Plata. Porque todos eran puntos claves, posibles blancos de bombardeo Inglés. Al continente no pudieron entrar. 

En esas plabras de Juan lo que se desprende, además del dolor de la guerra, es su lucha para que reconozcan también a quienes defendieron el territorio nacional en el continente. Cuando hay un conflicto bélico se establece un teatro de operaciones que no solamente demarca el lugar de la disputa sino que, una vez terminado, determina quienes combatieron y quiénes no. Durante el gobierno de Carlos Menem en 1998, se publicó un decreto de reconocimiento a los soldados que combatieron en el conflicto por Malvinas en el Atlántico Sur pero, dicho teatro de operaciones se corrió unas 200 millas marinas. De esta manera se restringió el conflicto bélico solamente a las islas y a la plataforma submarina, desconociendo toda la actividad militar en el litoral marítimo y en las bases aeronavales en el continente.
Juan y todos sus compañeros que prestaron servicio en la base de San Julián sintieron desde el día uno que estaban viviendo una guerra, y cuando finalizó no dudaron un segundo de que su rol fue tan fundamental como el rol de quienes combatieron en las islas. Es por eso que en el año 2014 Juan empezó a convencer al resto de hacer juicio al Estado. Convenció a siete, se llamaron a sí mismos, en broma, los 7 magníficos y consiguieron finalmente ser reconocidos como veteranos en el año 2022. 

—Estamos cobrando la pensión de veteranos como corresponde, con los mismos derechos que un veterano que fue a Malvinas.

En San Julián vivían en refugios anti aéreos, que en realidad eran pozos cavados en la tierra que ellos mismos hicieron con la ayuda de palas mecánicas. Apiñados en ese socavón helado unos treinta soldados dormían, cocinaban, comían, lloraban, reían, jugaban ajedrez, tomaban mate, rezaban, acariciaban rosarios y fotos de novias o familia. Eso cuando no estaban de guardia, apostados custodiando la cabecera de la pista en el aeropuerto, la torre de vuelo o la sala de pilotos. Dos horas de guardia, dos en el pozo, dos de guardia, dos en el pozo y así. Y cada tanto un día en el pueblo en un gimnasio municipal. 

—El pozo arriba estaba camuflado, para no ser blanco perfecto para cualquier avión enemigo. Desde San Julián operaban los aviones Daguer, Mirage, A4. 

Además del pozo donde vivían estaba lo que llamaban el pozo de zorro. Ahí se apostaban con una ametralladora, vigilando la inmensidad, viéndole forma de inglés a cualquier sombra que se movía en la penumbra, atrás suyo el continente que debían proteger.  

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La disputa por las islas Malvinas no empezó ese 2 de abril. La islas fueron descubiertas en 1520 por integrantes de la expedición de Magallanes, y fueron registradas bajo el control español. Desde 1767 residió en Malvinas un gobernador español dependiente de Buenos Aires. En 1770 España expulsa por la fuerza una ocupación Británica. Por este hecho estuvieron a punto de ir a la guerra y finalmente se firma un acuerdo bilateral donde se reconoce a España la soberanía sobre la totalidad de las islas. Se sucedieron un total de 32 gobernadores españoles, hasta el año 1811 en que la guarnición de Puerto Soledad fue requerida desde Montevideo para la defensa de la monarquía con motivo de la Guerra de la Independencia. Los primeros gobiernos patrios de las Provincias Unidas consideraron a las islas parte integrante de su territorio, heredado de España por sucesión de Estados según el uti possidetis juris de 1810. En 1820  el Coronel de la Marina argentina David Jewett tomó posesión de su cargo en las Islas Malvinas en nombre de las Provincias Unidas del Río de la Plata. A fines de 1831 un buque de guerra de los Estados Unidos arrasó Puerto Soledad en represalia por la captura de buques loberos hallados en infracción a la legislación de pesca. Cuando el orden en Puerto Soledad había sido restaurado, el 3 de enero de 1833, una corbeta de la Marina Real británica apoyada por otro buque de guerra que se encontraba en las cercanías, amenazó con el uso de fuerza superior y exigió la rendición expulsando a las autoridades argentinas. En 1834 el gobierno inglés asignaría a un oficial de la Armada para que permaneciera en las islas y recién en 1841 tomaría la decisión de “colonizar” las Malvinas, nombrando un “gobernador”. Desde entonces y hasta 1982 argentina reclamó pacíficamente su soberanía sobre las islas.

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El día que les tocaba ir al pueblo no era un franco, pero podían andar, salir de la cueva, ver el sol, siempre con el arma dispuesta, siempre alertas. La gente del pueblo solía invitarlos a tomar mate. Un día prepararon un salón, hicieron tortas, chocolate caliente, compraron facturas y los invitaron a pasar el rato, a tratar de pensar en otra cosa por un segundo, como si eso fuese posible. Pusieron música y se sentaron estratégicamente un civil, un soldado, un vecino, un soldado, para agradecerles, darles charla, escucharlos y hacerlos sentir héroes de la patria, como los granaderos de San Martín. 

—Es el día de hoy que en San Julián nos reciben como en 1982. San Julián no se olvida de la guerra ni de sus veteranos. Date cuenta que ellos vivieron la guerra junto con nosotros, oscurecimientos, toque de queda.

Es cierto que las ciudades patagónicas con bases militares vivieron una guerra más cercana. A diferencia del resto del país donde casi nada se detuvo, en esas pequeñas ciudades costeras la normalidad se vio interrumpida. Se hicieron amplios desplazamientos de tropas, las unidades de guerra circulaban por las rutas y avenidas; se hacían simulacros de bombardeos en los que todos debían meterse abajo de la mesa o de los umbrales, muchos dormían vestidos para no perder tiempo en caso de ataques; los oscurecimientos eran permanentes, se tapiaban puertas y ventanas con frazadas para ocultar cualquier vestigio de luz artificial y hacerse invisibles en la cerrazón de la noche para no dar posiciones al enemigo; a partir de las siete de la tarde en el pueblo no andaban ni las ánimas penando.
Si desde hacía seis años buena parte de la sociedad había naturalizado el horror que se vivía fronteras adentro; en esos dos meses y medio que duró la guerra entró al sur del continente, cabalgando en los vientos nacidos en el mar, un terror nuevo. El de un enemigo externo capaz de arrasarlo todo y de abrir una grieta en la historia. 

—Estábamos a 600 km de Malvinas, un avión tardaba una hora y monedas ida y vuelta a Malvinas. Además ellos tenían submarinos nucleares, fíjate si ponían un submarino en la costa, hacían desaparecer San Julián.

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—El 14 de junio Menéndez firma la rendición, ¿Cómo lo tomaron? 
—Y... Es una derrota por todo el esfuerzo que habían hecho en Malvinas y nosotros también. 
—¿Deseaban seguir?
—No sé si un deseo de seguir, pero si recuperar lo nuestro. Porque uno que juró dar la vida por la patria, no se olvida fácil. Me acuerdo todos los días. Fue muy triste, lloramos mucho. Nosotros fuimos unos de los últimos en volver, volvimos el 27 de junio. Después el silencio, no hablar, no se pudo hablar durante años. 
—¿Cómo no se pudo?
—Teníamos prohibido hablar, de lo que se había visto, de lo que habíamos pasado. 
—¿Fue una orden?
—Sí, sí. “Lo que viste queda acá”. Mucha gente empezó a hablar ya en 2004-2005 y los años anteriores callados. No es fácil hablar de la guerra. Hoy por hoy nos hacen estudiar a San Martin, a Belgrano y nosotros tuvimos una guerra hace 40 años y nadie sabe nada. Y yo la viví —dice, y el eco de esa frase queda flotando, espesando el aire por unos segundos.

Cuando volvió intentó, y en parte lo logró, seguir con su vida. Se fue a estudiar, formó una familia, trabajó y se jubiló. Pero la procesión va por dentro, dicen. Y cada vez que se acerca el 2 de abril la angustia crece, el cuerpo sufre. La familia y los más cercanos lo entienden pero no pueden hacer mucho, es un dolor que Juan vive solo o casi solo. Porque desde el año 2008 empezó a tener contacto con sus ex compañeros, esos que son sus hermanos de la guerra, la familia del pozo. Desde ese año y hasta la actualidad se juntan regularmente, hacen asados, visitan los pueblos donde vive cada uno, cotejan anécdotas, se sienten vivos e iguales. Tanto que ya hicieron dos libros, anecdotarios ilustrados con fotos, donde recogen historias y vivencias de esos días de guerra. Una por ejemplo de cuando Juan se quedó dormido en una guardia y como castigo lo hicieron correr adelante de una camioneta Ford F100. Su superior le dijo “Corré rápido, si parás te piso”. Cuando llegaron a la torre de control siguió el baile, lo obligaron a hacer flexiones frente a una estufa hasta el agotamiento total. En el libro parecen recordarla con humor. Otra historia que está en el libro y que Juan disfruta de contar es la de los guantes mágicos. Resulta que en San Julián, una nena de 6 años saludó a un soldado y cuando le tocó las manos comprobó que estaba helado. Conmovida le regaló sus guantes y su bufanda. El soldado los conservó; y cuando 39 años después todos juntos volvieron a San Julián buscaron a la niña, ahora mujer, y le devolvieron enmarcado uno de los guantes.
Ya se cerró la noche, seguimos afuera, Juan habla tranquilo, no pretende impresionar con su historia y siempre la ilustra con fotos que busca en la galería del celular. A veces, entre cientos de fotos se empeña en mostrarme una y pasa varios minutos con la vista clavada en la pantalla. Ahora busca la de los guantes mágicos, el dedo índice se desliza por el vidrio y va pasando su vida y la de los suyos capturada en imágenes cotidianas. Mientras sigue buscando, me cuanta que él es el presidente de la agrupación de veteranos de Malvinas de Tapalqué, también me muestra un tatuaje de las islas Malvinas que se hizo cuando lo reconocieron oficialmente como veterano. Sigue pasando fotos y ahora se encuentra con una de un jefe de aquel entonces y me dice que cuando él se operó hace unos años, ese tipo se vino a su casa cuidarlo. Dice que cuanto más viejos se ponen, más necesidad de verse tienen todos. Una foto del 2 de abril en Tapalqué le hace decir que acá no va nadie a los actos, los veteranos, los bomberos, los obligados y los políticos de turno, y nadie más. Sigue buscando mientras me cuenta de su salud, dice que está con unos problemas de estrés que le provocan desmayos. Sufrió un accidente en su camioneta y se volvió a desmayar en su casa después de varios días de emociones fuertes vinculada a desfiles, a que recibió una medalla de plata de Presidencia de la Nación y a nuevos encuentros con compañeros. Me muestra otra medalla, que lleva siempre consigo, la típica chapita que vemos en la películas; de esa no se despega. La foto de los guantes no aparece, ahora se detiene en un audio, le da play y suena una corneta que irrita hasta el último pájaro. Es el toque de diana con el que en los amaneceres helados de San Julián despertaban a la tropa. Casi todos los días alrededor de las 6 am algún miembro de los grupos de whatsapp de veteranos manda ese audio, ahora como una broma que los envía directo al pasado y que les recuerda que siguen vivos y que la lucha continúa.

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La guerra de Malvinas todavía es un mar de contradicciones, es una herida que no cicatriza con el paso del tiempo. Cuarenta años más tarde seguimos con deudas que saldar y discusiones que dar. Toda guerra es un dolor permanente pero en Malvinas se suman una serie de características que la vuelven aún más compleja y tal vez por eso más dolorosa. Por un lado un reclamo legítimo que nadie puede negar, pero convertido en un conflicto armado por una dictadura que fronteras adentro violaba  los derechos humanos y desaparecía a miles de personas. Aquella plaza del 10 de abril es en parte una muestra de esa contradicción; se apoyaba la causa Malvinas y se abucheaba al dictador. Si bien el setenta por ciento de los soldados que participaron en la guerra eran conscriptos, jóvenes de entre 19 y 20 años como Juan; muchos otros eran militares de rango que habían participado activamente en la represión, secuestro y tortura  ejercida contra el propio pueblo argentino. Esa incongruencia, esa incomodidad también son parte del dolor de la guerra de Malvinas. Los relatos que hablan de héroes y los que hablan de pobres chicos, las disputas entre los propios combatientes que fueron a las islas y niegan a quienes defendieron y vivieron la guerra desde el continente, el uso político y las idas y vueltas en los reconocimientos estatales, la negativa incluso de los propios familiares de los caídos a reconocer los cuerpos, las torturas a los propios soldados, la cobardía de los altos rangos y el sacrificio heroico de los soldados rasos, las colectas que nunca llegaron, y el silencio amordazado de la posguerra todo eso y mucho más es Malvinas.

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